domingo, 9 de noviembre de 2014

Moulay, el viaje de 2014



“Espabila Jose, espabila, coño!!, que te tocan dos horas más al volante”, -me digo a mí mismo a la altura de Asilah-, rascándome la oreja, la nariz y la nuca, para distraerme y no caer en el sopor de la noche; en la trampa de estar en pie desde las 6 de la mañana para ir a currar, de ocho horas de curro a la espalda y una hora de siesta, y de arrancarle 600 km de asfalto a la furgo, más hora y media de ferry.
Y ya estamos en Marruecos: carretera y manta –pienso-. Pero el cansancio acaba por hacer mella y Diego, mi compañero de viaje, se da cuenta y propone el relevo. Son las 5 de la madrugada (hora de España) de un viernes de julio. Las 3 en Marruecos. Y apenas hace 10 horas que dejé a mil kilómetros de distancia la cotidianidad de mi vida. Recuesto mi cabeza sobre el cristal de la ventana. El asiento no es reclinable e intento acomodarme de la mejor manera que me permite mi uno noventa, colocando una toalla que haga de almohada y ladeando las piernas, que ahora me sobran.
Diego conduce. Le oigo parar. Me despierto. Lo veo meando a la orilla de la carretera. “Acho!, que estamos en Marruecos, coño! Sube ya pisha!!. Conduce. Y al rato vuelve a parar. Para tantas veces que mi sueño se convierte en un fotograma. Y a base de fotogramas, llega la claridad, amanece y aparece visible, ante mí, el paisaje que me hace sentir como en casa, cuando abro los ojos y me desperezo. Cultivos de almendros, secano, matorral bajo, aldeas. Es de día. Estoy espabilado y me hago los últimos 300 kilómetros hasta Moulay.
Son las 11 de la mañana, cuando entramos, tras un cuatro latas rosa, por el camino que lleva a Moulay y que nos aparca en el Lawama, nuestro alojamiento, con ocho días por delante. Moulay Bouzerktoun, una aldea próxima a Essaouira, rica en sueños, generosidad, compañerismo y hospitalidad. Rica en viento y olas. Rica en su gente. Escasa en todo lo demás. Y esa escasez te devuelve un poco a los orígenes, a lo básico; y a apreciar detalles que serían insignificantes en otras formas de vida.
En los días anteriores a nuestra llegada el alisio ha estado ausente, pero nos lo ganamos por el camino, por ser buena gente; y tal y como lo hemos traído, también nos lo llevaremos, porque aguantará el tiempo que estemos allí. Allah es grande y nosotros afortunados.
Empezamos a navegar la misma tarde del día de nuestra llegada, sin ola, pero con viento para 5.0-4.7. La previsión es que la ola vaya entrando para tener 3 ó 4 metros el miércoles y jueves. Y soñamos con esos días. Pero los pasamos con sesiones de mañana y tarde para 4,2 y 5.0, con olas de 1 a 2 metros, 10 a 12 segundos de periodo y esa será la tónica general, aderezada con té y almuerzos en el Lawama, con Fettah y su hermana; en el Best, con Albert y Soufian, y alguna cerveza; en la playa con Marwane y sus amigos; en chez Larby, con cenas, vino y música...hasta la noche. Y antes de entrar en nuestra habitación, levanto la mirada y veo las estrellas. Todas las noches son estrelladas y a lo lejos se ven las luces de Essaouira, tiritando.
Local


Diego, Marwane y Jose
Té en The Best Place To Be

Atardecer

Té en Lawama

Auberge Lawama















Si los primeros ratos del día son para el “backloop man”, sus bakcloop y pushloop; los atardeceres son para Albert con su cometa. Y durante el día, los locales, como Toufik, los franceses que están en el clinic, los de las caravanas con sus hijos e hijas (Xavier y Flechet), los polacos, Diego y un servidor, etc somos los correligionarios del spot. La marea sube y baja y nosotros vamos con su vaivén, dejándonos llevar cronológicamente por el ritmo y calendario de la marea.
En las sesiones me introduzco en el forward con viento de derechas, en el table top, marcando la patada, pero sobre todo en el surf, olas con 3 ó 4 giros, bottom y cut back rápidos, intentando arrancar algún aéreo, con derrapes orgásmicos, sensaciones de surf side, que sólo se pueden celebrar con una sonrisa y una cerveza bien fría o una copa de vino, al terminar. Navego y navego, arriba y abajo, sintiendo la ola bajo la carena de mi quad, sintiendo el fondo, el viento, el océano, la arena del desierto en el horizonte. Sintiendo que siento y que el agua y el ritmo de las olas me trasladan a un paraíso de libertad, a un éxtasis del que sólo puedo salir, cuando vea la marea tan baja, que pensar en clavar las piernas entre los huecos de las rocas, me hace recobrar el momento en el que debo volver a ser uno más en el  mundo, fuera del agua.
Los días pasan al ritmo de las mareas y del alisio. Me levanto al amanecer, estiro las articulaciones frente al océano, escribo un rato, desayunamos, charlamos, planificamos el día. Algún viaje a Sidi Kaouki, otro a la búsqueda del “kilómetro 30”, para descubrir el puertito de Biabah, pasear por el de Essaouira, tomar una cerveza por la noche en algún hotel, darnos unos masajes y baños en un hamman, hacer las compras a última hora... y se van consumiendo el tiempo y el lugar. Un lugar y un tiempo en el que hemos sido y hemos estado. 
El puerto de Essaouira

Torre del puerto de Essaouira

Essaouria

Biabah

El puertito de Biabah









































 



  Y no hay fotos navegando, sólo algunos dibujos y las sensaciones descritas en mi diario, como huella sobre la arena.
Cut back con derrape y salto

T
Atacando el labio


Tengo también un espacio para los desayunos, las comidas y las cenas. Siempres especiales, especiadas, sabrosas y abundantes: tajine, cous cous, kefta, ensaladas, sardinas a la brasa...

 



Regresamos el domingo 27, después de desayunar y hacer las cuentas con Fettah.
Nos alejamos de Moulay después de despedirnos de Larby, como si volviéramos a regresar en una hora. Pero los dos sabemos, que no lo haremos hasta dentro de un tiempo.
La vuelta se hace pesada, si no es por algunos momentos peculiares como el seguir un taxi con un borrego vivo amarrado sobre la baca, un asno en medio de la carretera, dueño y señor de las briznas que crecen entre la gravilla, las parabólicas apuntando a algo, los autobuses circulando con el capó abierto para facilitar la refrigeración del motor, los intentos para frenar antes de que los radares hagan su trabajo (aunque nos caerá una multa por exceso de  velocidad), los peajes, los campos, los cultivos de olivos y argam, los rebaños de cabras, los niños vendiendo higos chumbos en las áreas de descanso y la consciencia del cambio de vida entre el sur, del que venimos y el norte, hacia donde vamos, cuando pasamos a la altura de Casablanca y Rabat, con sus centros comerciales, pizzerias e hipermercados.
Qué pequeña es la distancia y qué grandes son  las diferencias!!
Conducimos 250 km por barba y llegamos al puerto de Tánger a las seis y media de la tarde. Una pesada travesía en ferry, porque al ser domingo hace escala en Gibraltar,y llegamos al puerto de  Algeciras después de cuatro horas y las últimas cervezas del viaje. Trás desembarcar  ponemos rumbo a Murcia. Es media noche. Diego conduce hasta Granada y yo hasta Murcia, los dos del tirón. A las 6 de la mañana estoy en casa.
Darío duerme a pierna suelta, con el ventilador encendido. Hace calor. Esto no es el clima atlántico. Le beso. Subo las escaleras. Pablo también duerme con el ventilador, pero tapado. Es como le gusta. Le beso y se despierta:
-Papá!!! 
Nos abrazamos.
Entro en mi dormitorio. Mar también duerme. La despierto, nos abrazamos. Me ducho y me acuesto. Duermo dos horas y me levanto a desayunar con ellos.
Hoy no he mirado las estrellas al acostarme, pero una sonrisa se abre en mi rostro. Estoy en casa. Y vengo de Moulay, Moulay Bouzerktoun.